lunes, 9 de noviembre de 2009

Jóvenes y rock / Young people and rock

Autor/Author: Toto Imperatore /// — Suena obvio decir que juventud y rock "van de la mano los dos". Hoy, sin embargo, generaciones que ya rozan la tercera edad proyectan al presente su pasado roquero, y suben al escenario artistas de rock sexagenarios. En este punto, resulta interesante explorar aquella relación. /// Youth and rock go together –sorry if it sounds obvious. Today, however, aged generations still bring to present their past of rockers, and rock stars in their sixties jump onto stage. At this point, it may be worth re-exploring the relationship between youth and rock. English version not yet available.


En “Las ideas del rock: Genealogía de la música rebelde” (Homo Sapiens Ediciones, 2007), Sergio Pujol afirma que, a poco de irrumpir el rock and roll en el escenario de la música popular, “salta a la vista que aquello está protagonizado por jóvenes que cantan y tocan para jóvenes”. Postula luego que “el rock es emblema de juventud”, “es el primer género de música popular [. . .] en afirmar el «ser joven» en oposición al mundo de los adultos”.

Como se ve, Pujol habla primero de “rock and roll” y luego extiende al “rock” a secas el alcance de sus enunciados (en el mismo sentido en que, a lo largo de los años, viró el significado de esta palabra). La expresión “rock” es más genérica, más abarcante de las muchas formas que ha adoptado este macrogénero musical y esta corriente cultural cuya modalidad fundacional, sí, fue el rock’n’roll de los años 50: el “rocanrol”.

Hoy, el nombre “rocanrol” se utiliza para identificar, dentro del rock, a un subgénero cercano a la forma originaria de los 50. Una música nacida de la primera mezcla entre el blues y el country (principalmente el rockabilly), que acentúa un ritmo vivaz y pendular atravesado por ciertos cortes y “loops” característicos, festivo (aunque las respectivas letras no necesariamente lo sean), nítidamente bailable.

En la Argentina, en particular, la expresión “rocanrol” suele emplearse para invocar cierto purismo roquero que alude en primer lugar a cuestiones de entorno socio-cultural y de actitud: el barrio, la barra –o sea la pandilla–, la calle, la identificación con sectores sociales de medios a bajos, el rechazo a la sofisticación, la formación musical no académica, la producción “a pulmón” e independiente del mercado. Sólo en segundo lugar –y con menor exactitud– se refiere a las definiciones musicales propiamente dichas. Así, por caso, el CD que presentaban los Callejeros en el local República Cromañón, en el recital fatídico del 31 de diciembre de 2004, se titula “Rocanroles sin destino”, aunque en un sentido riguroso casi ninguna de las composiciones que integran el álbum es un rock’n’roll.

Como Pujol, elijo aquí aludir al “rock” y no al “rocanrol”. También al hablar de “la juventud” y “los jóvenes” me referiré a ellos en forma genérica. Generalización supone simplificación, reducción a estereotipos. Pero es la única forma que tengo a mano para analizar la relación entre jóvenes y rock y llegar a conclusiones de validez razonablemente universal… por más que en Argentina haya que verlas aumentadas y distorsionadas a través de la lente de nuestro propio cuadro de descomposición social.

La anterior mención a Cromañón no es antojadiza. Es que la mayor parte de este texto proviene, con ajustes menores, de un ensayo que escribí cuando en agosto de 2007 fui invitado a participar (como espectador, se entiende) en el 4º encuentro del ciclo “Pensar Cromañón”. El evento tuvo lugar el 14 de ese mes, bajo el lema "Cromañón, juventud y rocanrol". Si bien nadie esperaba una contribución de mi parte, y no se había previsto canal alguno para que intentara realizar un aporte intelectual a lo que expusieron los conferencistas, no pude evitar reflexionar sobre el tema y poner mis ideas por escrito con la esperanza de darlas a conocer, por mi cuenta, alguna vez. Dicho sea de paso, las disertaciones de aquel ciclo han sido compiladas en el libro “Pensar Cromañón. Reflexiones a la orilla de la muerte joven: rock, política y derechos humanos”, cuya lectura considero altamente recomendable.

El rock nació como música joven, y en la medida en que sea lo segundo seguirá siendo lo primero. Eso que Pujol llama “simbiosis entre juventud y rock”, y más adelante “la marca etaria” del rock, es el motor de la permanente renovación de este último. Mick Jagger o Charly García siguen siendo jóvenes a los ojos de los jóvenes porque han renovado su público. Los rockeros maduros se visten y actúan como jóvenes; el sorprendente “estado de conservación” de los cuerpos (no así de los rostros) de algunos de ellos, su intensidad escénica, los califican para encarnar el ideal de “eterna juventud”. Pero existen otros atributos característicos de la juventud que el rock refleja, que debe reflejar si quiere seguir siendo rock.

La juventud es la etapa de la vida en que más débil es la sujeción del individuo a los paradigmas imperantes en la sociedad. El niño adhiere sin conocerlos ni entenderlos, por apego a sus padres. El adulto es el portador de los paradigmas sociales predominantes, es el vehículo mediante el cual éstos se materializan. Es el engranaje de la maquinaria. El anciano es apenas un rehén de los adultos.

El joven, en cambio, descree de los paradigmas sociales. Los contempla como algo ajeno. Es que su propia inserción social es incipiente. Su pasaje de la familia, y la escuela, a la sociedad no se ha completado, está aún en negociación. La negociación es despareja, y amenaza con desembocar en el sometimiento del individuo. En definitiva, el joven no está claramente contenido ni en un lado ni en el otro.

Por lo tanto, lo socialmente consagrado (valores o ausencia de ellos, usos y costumbres, jerarquías sociales, representaciones culturales, dogmas, tabúes) no es aceptado por los jóvenes sin cuestionamiento. Se arrogan el derecho a repensar íntegramente el mundo en el que vivirán en el futuro, un mundo que ya no albergará a los adultos de hoy. Todo puede ser revisado, y adoptarlo o rechazarlo es su propia elección.

El rock expresa esa irreverencia y esa libertad. Tiene méritos para hacerlo. Nació como viento de renovación cultural que arremetió contra prejuicios raciales, tabúes sexuales y paranoia política. Más tarde se plantó frente a la amenaza nuclear, la guerra fría y las calientes, el hambre en África, el avasallamiento de los derechos humanos, la destrucción del ecosistema. Se rebela cíclicamente ante la sociedad de consumo y el mercado, se deja domesticar por éste a cambio del acceso a públicos juveniles cada vez más vastos, es absorbido, se rebela de nuevo y de nuevo es domesticado y absorbido. Es cierto que hay bastante de trampa en este juego, pero ése es otro tema, y muy largo. En el proceso, el rock también provoca cambios. Y todo parece indicar que no se rinde.

Tampoco los jóvenes claudican fácilmente. Los jóvenes tienen ideales. El rock les ofrece “su ética de inconformismo y búsqueda humana –de afecto, de justicia, de libertad, de comunión” (la cita es del prólogo de mi libro “Corazón abierto las 24 horas – Cancionero para música popular 2000-2005”, Editorial de los Cuatro Vientos, 2007). Cuando comparan sus ideales con realidades mezquinas, los jóvenes se indignan y se rebelan. El rock se ofrece como manifestación de esa ira. No por casualidad, “iracundo” fue uno de los adjetivos con que se calificó, en la lengua hispana, a los primeros rockeros. Los Iracundos fue una banda precursora del pop-rock argentino.

Por imperio de su metabolismo ascendente, los jóvenes son audaces. Apasionados. El rock les brinda su desparpajo, su vehemencia. Los jóvenes son impacientes, porque su escala de tiempo es más corta, y por lo tanto más comprimida que la de los adultos. La impaciencia los hace voluntaristas, impulsivos. El rock les presta su urgencia, su reclamo.

Por impericia, por ausencia de malicia y por honestidad intelectual, la juventud llama a las cosas por su nombre. El rock les devuelve su lenguaje coloquial, sus referencias a lo cotidiano, sus imágenes descarnadas y provocadoras.

Los jóvenes, todavía cachorros, juegan. El rock les facilita su utilería lúdica. La juventud es optimista y esperanzada, porque su lista de frustraciones no es larga, y porque la vitalidad propia de su edad les hace pensar que cualquier vicisitud será superada más adelante. El rock pone a disposición de ellos su ánimo festivo.

Libertad, juego, audacia, pasión, ideales, ¿no son acaso los ingredientes de la creatividad? Inquietudes, sensibilidad, también. Los jóvenes son creativos. El rock, en sus formas básicas, es sencillo: permite la creatividad sin excesivos requisitos previos. Además de eso, ejerce una irresistible fuerza de atracción sobre formas musicales de mayor sofisticación, con las que genera un amplio abanico de fusiones. El rock ofrece a la creatividad de los jóvenes vastos territorios experimentales.

La juventud es la edad en que las energías sexuales alcanzan su apogeo. El erotismo se descontrola. El rock le ofrece la plataforma expresiva de su potente sexualidad, de su corporalidad sin ataduras.

Los jóvenes son gregarios. Se refugian en la seguridad de la manada. Forman agrupamientos de iguales que se cohesionan mediante la adopción de códigos de identidad. La música, el rock en particular, ha demostrado ser un aglutinador poderoso. Se amalgama fácilmente con otros argumentos nucleadores: el territorio (el barrio, el colegio, el boliche), el fútbol, y demás preferencias, “ondas” y estilos. Es notorio que en Argentina el origen barrial es un elemento de prestigio roquero. Ha tomado mayor fuerza en años recientes, en particular para ciertas posturas estéticas. Da prestigio ante todos los barrios, y no sólo en el propio. En el rock internacional, es más bien la ciudad de origen el dato identificatorio.

Los jóvenes son altruistas, porque son fieles a sus sentimientos. Su fidelidad es asimismo una forma de oposición al mundo adulto, al que intuyen minado de componendas y traiciones. Pueden expandir su espíritu gregario más allá de la “manada chica” a la que pertenecen y proyectarlo al conjunto social. Ya no son niños hiper-demandantes, han aprendido el valor de compartir y de renunciar, y en esta valoración involucran a su idealismo. El rock les propone planos de comunicación que aparentan ser trascendentes, y –como ya vimos– aquella identificación a veces altisonante con grandes causas.

Es notable que, si bien su controversia con la sociedad es acerca de la defensa de la individualidad (libertad, elección, identidad), el joven esté dispuesto a renunciar a sus apetitos individuales o a parte de ellos para subordinarlos a fines colectivos más amplios y, a sus ojos, más elevados. La condición es que esa subordinación sea una elección propia y no una imposición, y que el colectivo al que se integra siga reconociéndolo como persona. Al mismo tiempo, aquí hay una brecha por la que se filtran, enmascaradas, formas de manipulación de los jóvenes.

Los jóvenes son solidarios. Tienen menos prejuicios que los adultos, porque buscan su propia identidad, y por lo tanto les resulta más fácil verse reflejados en cualquier semejante –para hacer más complejo el fenómeno, la tecnología permite que esta exploración en pos de la identidad tenga hoy alcance planetario. Los jóvenes no tienen reparo en encontrar puntos de contacto con los marginados de la sociedad. Ellos mismos son, a su modo, marginados. Cualquiera sea su posición económica, los jóvenes son “pobres relativos” en la línea de tiempo de las generaciones. Los más, son también pobres en términos absolutos.

El rock es un ámbito de igualación en el que las divisiones sociales cuentan poco, desde donde parece posible enfrentar a las inequidades de la sociedad. En este último sentido, el rock parece ofrecer a los jóvenes, a pesar de su enorme diversidad, una cultura mucho más homogeneizadora que otras manifestaciones musicales que atraen importantes contingentes juveniles pero están segmentadas socialmente, como la música electrónica o la tropical.

Al decir esto último advierto que soslayo un debate de gigantesca vastedad: ¿es el rock un producto de la sociedad industrial, y como tal el último exponente de la cultura de la modernidad? ¿No es justificable, entonces, dudar sobre su futuro?… Pero por otra parte, ¿es que la sociedad, y con ella los jóvenes, han pasado en bloque a la posmodernidad? Dejémoslo para más adelante… ¿por favor?

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