viernes, 6 de noviembre de 2009

"Corazón abierto las 24 horas": Prólogo


"Cancionero para música popular 2000-2005" - - - Autor: Roberto Imperatore - - - Editorial de los Cuatro Vientos, 2007.

Presentación (Prólogo del autor).

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Integran mi cancionero letras para temas de rock y de blues, de tango y de folclore argentino.Entre 1999 y 2001 sonó en Buenos Aires, con el nombre de “Blow Up”, una banda de rock que por entonces formaban Julián Carschenboim […], Oscar Garrido […], Santiago Mangudo […], Daniel Militano […] y, alternadamente, Hugo Milione, Hernán Schnaider y Xavier Mitjans […]. En una etapa inicial, también Guito Garrido participó de Blow Up.

Desde fines de 1999 trabajé con ellos en la composición de temas musicales cuyas estéticas son la del rocanrol, la del blues y la del pop-rock. Escribí por entonces cerca de una treintena de letras, de las cuales casi la mitad fue musicalizada por Julián, Oscar o Santiago. Estas piezas y las de otros autores de dentro y fuera de la banda integraron los repertorios que Blow Up interpretó en reductos del rock porteño como el Marquee, la Vieja Betty Blues y Acatraz, en los efímeros Radio Bar y Star, en el Nuevo Milenio de Lanús, y en el bar The Road de la calle Niceto Vega. En este último sitio, Blow Up se presentó durante 33 jueves consecutivos a lo largo del año 2001.

Aproveché aquel impulso creativo para reestructurar como canciones un puñado de viejas poesías mías, y escribí nuevos temas para otros estilos de música popular: tangos, milongas, candombes, zambas, un chamamé, una chacarera, un carnavalito, y unos pocos para balada, bolero o canción melódica. El folclorista Franco Delmonte puso música a media docena de ellos. Luis Scarnati lo hizo más tarde con un par de composiciones.

En "Corazón abierto..." he reunido toda esa producción, esté musicalizada o no. Creo que la diversidad de estilos enriquece a este cancionero. Cada género musical tiene su propia estética, que la letra manifiesta en la elección de la temática, el vocabulario, la mayor o menor rigurosidad gramatical, la sintaxis, las expresiones coloquiales y las imágenes poéticas.

Si quisiera, por ejemplo, explicar cuál es la postura estética del rock, diría que expone el paisaje urbano-suburbano y sus personajes, y echa mano a experiencias, situaciones y objetos cotidianos como medio para revelar su ética de inconformismo y búsqueda humana (de afecto, de justicia, de libertad, de comunión). Irreverente y lascivo, el rock empuja permanentemente los límites de lo aceptable, de lo tolerable, hasta de lo decente. Subraya los códigos de identidad de aquella generación, la mía, que lo abrazó y lo “nacionalizó”, tanto como los de las sucesivas generaciones que recibieron y desarrollaron ese legado. Echa mano a un lenguaje coloquial que se parece al hablado, que incorpora incluso referencias a la cultura mediática y del marquismo, pero no soslaya las imágenes, aunque las prefiera descarnadas o provocativas. Las letras que concebí para rock y blues están agrupadas en la primera parte del cancionero.

Para mi gusto, el tango comparte con el rock la vocación por el lenguaje coloquial. Se vale tanto de las expresiones del ineludible argot porteño como de las referencias, necesariamente puestas al día, a la cultura urbana. Con un acervo poético más clásico, el tango se permite y se reclama un mayor vuelo lírico en las imágenes. Y, porque está en sus genes, habla de las pérdidas a las que nos somete el paso del tiempo, de las cuitas del hombre frente a la mujer, de la nostalgia.

Los estilos folclóricos, a su vez, se emparentan con la experiencia del hombre rural, sea en el pago en el que se crió o en el desarraigo que la ciudad le impone. Esa experiencia, “natural” en su origen, autoriza quizás una contemplación existencial más profunda, más cósmica podría decirse, y al mismo tiempo más simple. La profundidad debe estar presente en la lírica del folclore. La simpleza abre paso a lo festivo, a lo picaresco. Todo ello expresado en el lenguaje directo y sentencioso del hombre de campo. El tango y el folclore son los componentes principales de la segunda parte del cancionero.

De cualquier modo, ninguna apuesta estética tendría significado para mí si no la presidieran las emociones, el amor sincero por la cultura popular y, antes, por sus protagonistas. Y si no diera cabida también al juego: unas cuantas de estas letras las escribí jugando. Abrazado a esa esencialidad, no me asusta que mis letras sean tachadas de “vulgares” por lo que dicen, y por cómo lo dicen. Vulgar es, en todo caso, lo superfluo, como nos señala el Indio Solari en un tema emblemático de los Redonditos de Ricota).

Desde ya que la canción es y será considerada por la literatura un género menor, una especie de hermana raquítica de la poesía. A pesar de ello, debo confesar que este cancionero alberga una leve pretensión de poemario.

La gran María Elena Walsh supo decir que vio a su propia experiencia como cantautora “no como un camino para la poesía, sino para el ejercicio de la versificación ligada a la música y después llevada al escenario”. “La poesía como género es otra cosa”, acotaba en un reportaje, “algo que se ejerce en total libertad: de ideas, de forma, de sensaciones, hasta de hermetismo; en cambio una canción tiene que ser más sencilla, más directa […], menos complicada en cuanto a su carga de profundidad”.

Es cierto, no se escribe de igual modo cuando se hace letra para cantar que cuando se hace literatura. Hay sin duda formas poéticas que no son musicalizables, y centenares de canciones sin valor literario aparente. Pero aun así, ¿es justo negar estatura poética a la canción popular? Pienso en obras de Miguel Abuelo, de Luca Prodan, del Indio Solari, de Spinetta, de Baglietto, y de tantos otros autores que contribuyeron a desarrollar una poética para el rock en la Argentina. Pienso en Manzi, Castillo, Discépolo, Blázquez, Yupanqui, Jaime Dávalos, Leguizamón, ejemplos sobresalientes entre los muchos poetas que escribieron piezas memorables de nuestro tango y nuestro folclore. Pienso en la propia María Elena. En los españoles Serrat y Sabina. Ellos son faros que alumbran el camino que, con tropiezos, transitamos quienes venimos detrás.

En lo personal, me interesa que la línea divisoria entre canción y poesía sea —a partir de una definición de poesía despojada de prejuicio intelectual— lo más difusa posible. Si no lo consigo, será por falta de talento, no de vocación.
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